La poesía en la modernidad: De la proliferación a la construcción colectiva de saberes.
El texto provocador del maestro
Jarrín[1]
ha cumplido su misión; abrió la cortina de mi durmiente alma, la instó a recibir el sol de domingo, a la búsqueda de saberes. Estoy aquí frente a la hoja, deseosa del
encuentro con mis cavilaciones.
Este acercamiento partirá del
abordaje teórico sobre la proliferación
de los grupos, a partir del análisis del declive de las instituciones, fenómeno
que caracteriza a la modernidad y que está íntimamente relacionado. Pasaré
luego a una reflexión sobre los modos de respuesta de quienes han opinado sobre
el texto del maestro Jarrín, con la intención de hacer notar cómo nuestra
idiosincrasia, que ya Gabo nos ha advertido, puede frustrar nuestros intentos
dialógicos, en especial cuando nos relacionamos a través del saber. Finalizando,
haré énfasis en lo que el psicoanálisis nombra como “el deseo por el
saber” y dejaré observaciones sobre algunas interpretaciones que se han
realizado al mencionado texto, en lo que denominaré mis confesiones.
Recordemos que el fenómeno de la
proliferación de los grupos ya ha sido planteado desde el psicoanálisis y la
sociología cuando nos advierten del declive de las instituciones, es decir, de
la pérdida de credibilidad de instituciones (Estado, familia, escuela, la
religión): “El Estado-nación, forma
clave de organización social durante los siglos XIX y XX, se muestra impotente
para orientar el devenir de la vida de las personas”.[2]
Desde el psicoanálisis se muestran los
efectos que tiene para el sujeto la caída de los ideales tras la deslegitimación de la ley (función del padre), instancia psíquica necesaria para la
regulación de las pulsiones y por ende de las formas de relación. La sociología nos amplía este marco cuando
nos muestra que el capitalismo opera como una red que nos atraviesa, que nos impone
modos de satisfacción sin límite, con la promesa de una vida sin
problemas.
En esta vía, la proliferación de
los grupos a nivel de las religiones, tribus urbanas, grupos políticos, (y
vemos que no escapa la poesía), se
explica entonces por la pérdida del suelo que aunaba los ideales colectivos (no
necesariamente convenientes o desinteresados), que estaban representados por el
Estado-nación (familia,escuela,religión) y que al perder credibilidad, aparece en
su reemplazo el mercado, otro marco ordenador que tiene como base un gran
esquema: El consumo. Este marco ha
permeado la subjetividad de tal manera, que en la lógica del consumo las relaciones humanas
se establecen de igual forma que con los objetos: Son frágiles, cambiantes,
instantáneas, fragmentadas.
“…Esos códigos y conductas que uno podía elegir
como puntos de orientación estables, y por los cuales era posible guiarse,
escasean cada vez más en la actualidad.
Eso no implica que nuestros contemporáneos sólo estén guiados por su
propia imaginación, ni que puedan decidir a voluntad cómo construir un modelo
de vida, ni que ya no dependan de la sociedad para construir los materiales de
construcción o planos autorizados. Pero
sí implica que, en este momento, salimos de la época de los “grupos de
referencia” preasignados para desplazarnos hacia una era de “comparación
universal” en la que el destino de la labor de construcción individual está
endémica e irremediablemente indefinido, no dado de antemano, y tiende a pasar
por numerosos y profundos cambios antes de alcanzar su único final verdadero: El
final de la vida del individuo”. [3]
Para que se consolide un colectivo o grupo se
requiere que haya un lazo conductor, y que éste represente autoridad y sea
modelo de identificación, eso hace que cada uno construya un imaginario
de unión, de colectividad. Pero
asistimos a una época donde esos lazos son frágiles, hay poca credibilidad,
desconfianza hacia el otro, los referentes de autoridad son incongruentes, por
eso los grupos ya no tienen un discurso potente.
“La imagen de la espuma es funcional para describir el actual
estado de cosas, marcado por el pluralismo de las invenciones del mundo, por la multiplicidad de micro-relatos que
interactúan de modo agitado, así como para formular una interpretación
antropológico-filosófica del individualismo moderno.[4]
La existencia de numerosos grupos nos muestra
que estamos impactados por los efectos de la modernidad. Pero no se tratará de quedarnos en la
nostalgia por épocas anteriores, pues se
nos presenta la oportunidad de inventar nuevas formas de relación; de inclusión
del otro en nuestras concepciones, de alojamiento
de sus diferencias como parte del proceso de construcción del saber y la
creación de nuevos ideales. Pero estas
construcciones no serán posibles si cada uno insiste en defenderse del Otro que
imagina como una amenaza. La
multiplicidad de los grupos justamente tiene su origen en el individualismo que
sustenta el capitalismo y permea nuestras relaciones, nos quedamos en pequeñas
islas con pequeños dioses que nos
propicien la ilusión de una felicidad absoluta, sin diferencias o críticas, muy
edénicas en realidad.
“En la actualidad las pautas y configuraciones ya
no están “determinadas”, y no resultan “autoevidentes” de ningún modo; hay
demasiadas, chocan entre sí y sus mandatos se contradicen, de manera que cada
una de esas pautas y configuraciones ha sido despojada de su poder coercitivo o
estimulante”[5].
Además de estar impactados por
estas realidades globales, como colombianos también estamos atravesados por nuestra
historia. Gabriel García dijo[6]: “Nuestra
insignia es la desmesura. En todo: en lo bueno y en lo malo….Por la misma causa
somos una sociedad sentimental en la que
prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la razón, el calor
humano sobre la desconfianza”.
Dado que las argumentaciones
alrededor del texto del maestro Jarrín, constituyen un insumo que da cuenta de
ese predominio sentimental frente a un planteamiento crítico, quisiera proponer
una reflexión de una reconocida psicoanalista argentina[7]
en torno al deseo por el saber. Se trata
de Beatriz Udenio, quien a partir del personaje Kirikú, de un cuento infantil
de Michel Ocelot[8] ,
hace reflexiones acerca de que el arte de enseñar las letras, no consiste en
saturar el conocimiento del niño sino en dejar un lugar para la duda, para el
deseo por saber, en últimas para instar a la vida. Desde el vientre de su madre Kirikú dice: “Soy Kirikú, el que sabe lo que quiere y
quiero saber.”
De lo anterior se deduce que para
poder llegar a plantearnos en la vida el deseo por el saber implicará partir de
lo que se quiere saber, es decir, de lo que ignoramos. Aceptarnos en continúa formación, o dicho en
otras palabras, en continuo asombro por el saber, nos permitirá afrontar los
obstáculos que cada uno vive cuando es confrontado por los Otros.
“En efecto, Kirikú nos introduce de lleno en este tema, dejándonos una
enseñanza: para llegar a ser un hombre
hay que pasar por querer saber, enfrentar las vicisitudes paradojales que van
contra del querer saber, admitir las oscuridades de un goce nocivo –
representado por la maldad de la hechicera, que mueve toda la interrogación del
pequeño Kirikú – afrontar el enigma de aquello que no se sabe y, con suerte,
llegar a encontrar un lugar en el mundo después de haber vencido todos esos
obstáculos”.
El valor de Kirikú para afrontar
su deseo, de ir en búsqueda de lo que quiere saber, me recuerda el libro del
Poeta (con mayúscula) Neruda “Confieso que he vivido”. Esta declaración del Poeta me alivia, me llena de optimismo
frente a la posibilidad de reconocer las vivencias como oportunidad de
aprendizaje, pero sobre todo, como la principal riqueza del ser humano, ésa, la
de reconocer sus errores y aprender CON
los otros.
Así que me tiro al charco: Confieso (así, con mayúscula) que he participado en
talleres, en grupos, que he festejado en recitales, que he cantado con desafino
y más de la cuenta. No me compararía
siquiera con las ranitas, seres tan maravillosos y de tan alto valor simbólico,
si acaso, podré parecerme algún día a su canto y procrear una ínfima parte de
los poemas que ellas logran entonar en unos minutos. Fue muy generoso el maestro Jarrín al
compararnos con ellas. También Confieso
que he visto un desmedido fervor, y que con el tiempo esto me empezó a
cuestionar, Confieso que también cuestioné y que a causa de ello tuve que tomar
distancia de los grupos. Es un reto
poder constituirnos como un solo colectivo, uno que se construya bajo una
ideología –no bajo idealismos. Me
refiero a que con frecuencia veo falta de congruencia entre lo que se dice que
hacemos y lo que realmente hacemos. Por
fortuna para eso está la crítica, para recordarnos los caminos, y si es con
humor, pues a reírnos para no llorar.
Confieso que creo que el maestro tiene razón, pero no malinterpretemos
el texto. Están diciendo que no quiere
los grupos o sus objetivos. No es
cierto. Está diciendo que todo ello
“está bien”, es cierto que lo dice con ironía, pero es a veces necesario para
que escuchemos. Por eso agrega ¿y la
poesía?, porque quiere recordarnos que con esa misma fuerza, motivación y
disciplina debe hacerse el trabajo poético (cada quien escuchará su voz
interna).
Algunas observaciones sobre las
interpretaciones dadas al texto del maestro Jarrín:
El llamado a no volver espectáculo la poesía,
entiendo que no se refiere a los recitales o eventos per se,
tiene que ver con el énfasis puesto en los aditamentos, la divulgación y el
registro visual, más que en la formación, en la dialógica y la crítica de los
textos. En otras palabras nos advierte
lo que el psicoanálisis denomina la primacía de la imagen por sobre lo
simbólico, que es otro imperativo de la modernidad del cual debemos estar
advertidos:
“Aquí conviene detenerse en un aspecto que
atraviesa estas nuevas maneras de satisfacción fomentadas por la industria audiovisual,
en los cuales las cuestión de la mirada cobra un lugar fundamental. En esta órbita transita una particular
pareja: el voyerismo y el
exhibicionismo, dúo que cobra vida a través del pequeño hueco o marco del lente
fotográfico que recubre y despliega una mirada plenamente absorta que yace
sobre la escena de los cuerpos lacerados en lo más real de su esencia”[9].
No interpreto que desvirtúe la motivación y la pasión por los espacios de poesía, pero nos recuerda que la motivación solita no
nos va a ayudar a crecer como escritores.
Difundir la poesía implica crear espacios de exigencia académica.
Willian Ospina recientemente nos lo recuerda[10]:
“Un escritor no tiene que saber
plenamente qué es lo que ha hecho, pero debe tener la certeza de que lo hizo
con rigor, con responsabilidad y con pasión”.
Confieso que he
visto y conocido grupos o talleres donde se hacen lecturas y se abren espacios
formativos con la intención de construir referentes teóricos, pero sabemos que no
en todos se hace con la disciplina y exigencia necesaria, en otros ni siquiera
se hace. Sin embargo, ello tampoco da
cuenta de un proceso, hay grupos que llevan mucho tiempo conformados con dicho
propósito sin que esto garantice un progreso en la escritura, como también hay
personas que asisten a dichos grupos y tienen una mayor exigencia que otras.
Confieso que a personas de mi cercanía y afecto les he tenido que
plantear estas opiniones y ya son conocedoras de mi punto de vista.
Respecto al imaginario de que los maestros por
tener un reconocimiento miran por debajo del hombro a quienes se inician. Confieso que en lo que he vivenciado, esto
es falso de toda falsedad. Nunca he
sentido ese trato de quienes yo considero son mis maestros, por el contrario,
he recibido apoyo y formación. Eso sí,
se requiere de poder estar abierto y dispuesto al aprendizaje, a corregir los
errores, a exigirse. He visto que para
muchos las correcciones no tienen importancia, no las asumen, dejan sus errores
tal cual. Esto ha sido evidente en
recitales donde se leen los poemas con dichos errores mientras que en el libro
que los publica ya están dichas correcciones.
En el proceso de formación académica, todos
hemos aprendido que debemos diferenciar lo personal de lo intelectual. Si mezclamos nuestros sentimientos con la
academia, sería imposible el debate. Si
alguien nos muestra un espejo y eso que vemos nos predispone, entonces es
porque hay algo que no nos gusta, de nosotros, no del espejo. Está bien verse en los errores, y yo agregaría: ¿Si no es el poeta quien puede reírse de sí mismo, entonces quién?.
Sí nos debe importar cómo escribimos, sí nos
debe importar si lo hacemos bien, si lo hacemos mal o regular, nos debe
importar. Vivenciar la poesía no es
suficiente, por lo menos para quienes nos queremos formar como Poetas. Incluso quien solo tiene por objetivo la
lectura poética, requiere de un proceso formativo y analítico, en palabras de
Willian Ospina, LEER tiene un sentido más amplio del que nos han transmitido:
“Una
vida de fragmentarias pero intensas lecturas me ha enseñado que leer en
realidad es leerse, que lo que se encuentra en los libros, no sólo de ficción
sino en textos que aparentemente contienen verdades más objetivas, depende
mucho del lector. El autor nos ofrece una partitura; el lector es un
intérprete, que pone la ejecución, la manera y la música. Creo que cuando
terminamos de leer un libro no sólo hemos conocido al autor sino que nos
conocemos un poco más a nosotros mismos.”
En esa misma vía, la escritura de la Poesía no puede
seguir viéndose como un acto mágico, un sentimiento que nos llega a los dedos y
se escribe sin esfuerzo, es un acto reflexivo acerca de nosotros mismos, un
oficio. Los sentimientos que
experimentemos en una experiencia poética son verdaderos y respetables pero solamente
por albergarlos no se justifica nuestra forma de escritura. Si sentimos tanto empuje a escribir, entonces
dejemos que el trabajo y la disciplina nos guíen.
Para finalizar, Confieso que soy poeta (con minúscula), y no
lo digo porque haga parte de un grupo o asista a recitales o eventos (Confieso
que disfruto sólo algunos), sino porque mi lectura literaria ha sido escasa y
mi camino de formación apenas comienza en serio. No veo en mi pequeña minúscula nada
peyorativo, quiere decir que estoy en formación, que estoy desarrollando
habilidades como lectora que me permitirán apreciar y valorar la poesía.
En este corto camino de
escritura me divierto pero también me
frustro. He aprendido que de eso trata la poesía, de un encuentro con lo
difícil, con el malentendido, con el error.
Diría que la vida misma se trata de aceptar nuestras taras, pero la
poesía espera de nosotros una transformación, que estemos implicados, que nos
atraviese. A este registro podría
pertenecer lo que el psicoanalista Lacan denominó el registro de lo simbólico. Mientras que cuando estamos en la vida, como
seres tocados por la vida, el amor y la muerte, operamos en el registro de lo
que él denominó el registro de lo imaginario, es decir,
donde cada cual atribuye sentidos al mundo, hace interpretaciones de sí mismo y
de los otros, es el mundo de la singularidad, del lenguaje, es decir de los
malos entendidos. Diría que cuando
reaccionamos al texto del maestro Jarrín estábamos en el registro imaginario,
pero si dejamos que este texto nos permee y nos permita implicarnos en lo que
allí nos reta, sin defensas ni ofensas, entonces habremos pasado al plano de lo
simbólico. Por último está el momento
pospoético. Diría que podríamos ubicarlo
en el registro de lo real, que consiste en aquello que escapa a la palabra, lo
imposible de nombrar, el encuentro con la muerte, en este caso la muerte del
poeta, quien atravesado por su falta en ser, se reconoce en su incompletud y
regresa a la vida pero transformado, no podrá volver a ver de la misma
forma. En palabras de José Manuel Arango[11]:
“Quizá la locura
es el castigo
para el que viola un
recinto secreto
y mira los ojos de un
animal
terrible”.
[1]
Jarrín Humberto. Edénicos y
apocalípticos. http://luna-nueva-revista-poesia.blogspot.com/2013/10/luna-nueva-revista-para-nocheros-no-39.html
[2]
Duschatzky Silvia. Chicos en banda, los
caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones. Ed. Paidós.
Argentina, 2002.
[3] Bauman,
Zygmunt. Modernidad Líquida y Fragilidad Humana.
[4]
Vásquez Adolfo - PUCV - Universidad Andrés Bello. http://www.observacionesfilosoficas.net/zygmuntbauman.html
[5] Bauman,
Zygmunt. Modernidad Líquida y Fragilidad Humana.
[6]
García Marquez. Por un país al alcance
de los niños. 1994. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-179534
[7]
Udenio Beatriz. Viejas Buenas Costumbres. Revista El Niño, del Instituto del Campo
Freudiano.
[8]
El cuento trata de un
niño diminuto que se enfrenta a una bruja quien domina su aldea con un hechizo
a los hombres, convirtiéndolos en seres sumisos. Kirikú se caracteriza por ser un niño
inquieto por querer comprender el mundo, en especial a la bruja, y en ese
proceso va donde su abuelo que es un sabio, pero para ello afronta muchos
obstáculos en los cuales su persistencia y esfuerzo hacen posible que cumpla su
meta. El cuento concluye con la salvación
que hace Kirikú de la bruja al liberarla del dolor que la hacía ser maligna,
cuando ella lo besa, él se vuelve
hombre.
[9]
Castañeda, Gloria Irina. Imágenes,
miradas, cuerpos: El retrato de la
muerte. Revista No. 27: Violencia, arte, destrucción. Institución Universitaria Antonio José
Camacho. 2010.
[10]
Ospina, Willian. La utilidad de la
Luna. El espectador. http://www.elespectador.com/utilidad-de-luna-articulo-454402